El Embarazo y las Emociones

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El embarazo significa para la mujer un proceso de cambio psicosomático: al tiempo que cambia el cuerpo, experimenta grandes cambios a nivel de las emociones y pensamientos. Esta división entre lo físico y lo psíquico no es más que una distinción entre dos componentes de un mismo proceso, que se explica desde y hacia ambas direcciones: los cambios fisiológicos a nivel hormonal inciden en nuestras emociones, las que a su vez pueden generar efectos visibles en nuestras sensaciones corporales. En medio de este torbellino emocional que aflora en el transcurso del embarazo, todo lo que la mujer siente parece ser más intenso: sensaciones agradables como felicidad, armonía y esperanza, y también (al menos por momentos) miedo, ansiedad, angustia, malestar.

Entonces, como parte de estos cambios emocionales, la embarazada puede experimentar:

  • Mayor sensibilidad ante situaciones o experiencias que hasta este momento no le generaban una emoción tan fuerte (recuerda: todo es vivido más intensamente, las alegrías y también las tristezas);
  • Fatiga mental (es decir cansancio, pero no sólo del cuerpo, sino también a nivel del pensamiento, por tanto planear, organizar, preparar, imaginar…);
  • Temor a vivir las diferentes situaciones o escenarios que se aproximan (miedo al parto, a una cesárea, a no poder amamantar, a que algo no salga como se espera);
  • Dudas sobre el nuevo rol de madre, sobre si podrá afrontar la responsabilidad de cuidar de otro ser, sobre cómo hará para integrar este nuevo rol con los otros roles (trabajadora, esposa o pareja, amiga, madre de otros hijos, estudiante, etc.);
  • Estados de confusión por la cantidad de consejos, recomendaciones, indicaciones, que recibe de personas allegadas, profesionales, familiares, y que a veces (aunque vengan con la mejor intención) hacen dudar de lo que una misma pensaba hacer;
  • Estados de ansiedad, de expectativa y alerta, que la preparan y le dicen que algo está por suceder, y que a la vez pueden resultar más frecuentes (y por ende más desgastantes o cansadores) conforme se acerca el momento del nacimiento.

Ante estas emociones, es frecuente que comencemos a juzgar o a valorar lo que sentimos, y a preguntarnos: ¿Es normal que me pase esto? ¿Está bien sentir por momentos miedo, dudas, angustia, ansiedad? ¿No debería estar feliz por la llegada de mi bebé?

Y es que culturalmente, el embarazo suele asociarse a un momento de mucha felicidad y armonía, como si se esperara de la mujer embarazada que esté siempre bien: una exigencia que si resulta demasiado alta para cualquier persona en cualquier momento de la vida, más aún lo es para la embarazada, que sin dudas está atravesando un proceso de muchos cambios, en el cual se integran una enorme variedad de sentimientos, emociones y pensamientos.

Es por esto que el embarazo y el nacimiento de un hijo constituyen para la mujer, la pareja y la familia un momento de crisis vital. Pero no una crisis en el sentido negativo del término, sino en su sentido amplio: crisis entendida como “cambios turbulentos”, como muchísimos cambios en un muy corto período de tiempo. Las crisis vitales son aquellos hitos en la vida que nos hacen transitar de una etapa a otra, tales como el ingreso a la escolaridad, la adolescencia, la ida del hogar, la convivencia en pareja, el nacimiento y la crianza de los hijos, el retiro de la vida adulta y la vejez, por nombrar sólo algunos. Entendidas de este modo, muchas experiencias (no sólo las desafortunadas sino también las más gratificantes y esperadas) significan momentos de cambios turbulentos: la celebración de una boda, una mudanza, incluso unas esperadas vacaciones, pueden ser momentos de crisis.

Con lo cual, resulta absolutamente esperable que junto a sentimientos de felicidad, de armonía y esperanza, aparezcan al mismo tiempo las dudas, la confusión, los miedos típicos (u otros más relacionados a nuestra historia personal o a experiencias cercanas). Justamente esto es lo normal (y no estar siempre absolutamente feliz), esta es la regla (y no la excepción). Entonces, todos estos son sentimientos que:

  • No son contradictorios, sino que se integran en este complejo proceso (la ambivalencia de sentimientos está presente en todos los vínculos humanos, incluso en la relación madre-hijo);
  • son absolutamente esperables y en general comunes a todas las mujeres embarazadas;
  • y no son correctos o incorrectos: no existen mejores o peores modos de vivir el embarazo. Todos son igualmente válidos. Recuerda siempre, a pesar de lo que opinen los demás, que lo que sientes no está ni bien ni mal, ¡simplemente es lo que sientes!

El consejo: Muchas veces la angustia y la culpa por no sentirnos bien proviene de ponernos exigencias demasiado altas e inalcanzables.  Saber que estos cambios emocionales pueden darse (y no son extraños ni indican que algo malo sucede), te ayudará a aceptarlos sin culparte, a transitarlos con mayor tranquilidad y a buscar contención en personas de tu confianza con quienes te sientas comprendida.

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