¿Por qué decidimos ser mamás?

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No sé si puedo determinar un día en el que tomé la decisión de ser mamá. Creo que es algo con lo que había soñado toda la vida y en algún momento me sentí preparada.  Está claro que es una decisión que no tiene vuelta atrás y que nos cambia la vida pero cuando una está segura de que eso es lo que le hará feliz, es cuando el momento ha llegado. 

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Tener un hijo te cambia la vida pero  ¿estamos todas preparadas para eso?

¿Todas nos hemos sentimos igual, hemos llegado a ese momento dónde sabíamos que ser mamás nos haría feliz; o hay una cierta presión social que empuja a las mujeres que están cerca de los cuarenta a no dejar pasar más tiempo y tener hijos?…

La mayoría de las madres, somos madres convencidas.  Madres que disfrutamos plenamente de nuestra maternidad más allá del cansancio, el sacrificio y las renuncias. Pero hoy por hoy oímos cada vez a más madres que manifiestan arrepentirse de su maternidad.

Hace un tiempo la polémica saltó en relación a una conocida periodista que habló de que los hijos te quitan calidad de vida. Al principio entré en discusión con ella porque no podía creer sus palabras, principalmente no entendía que estaba queriendo decir con esa frase. Independientemente de su crudeza, que creo que fue una estrategia de marketing más que otra cosa. Luego reflexioné un poco más. ¿Todas estamos preparadas para ser madres? Creo que la respuesta es no. Creo que lo que lleva a una persona a hablar calidad de vida tiene que ver con lo que cada persona siente que le hace feliz. Evidentemente para las que consideramos que estamos preparadas para ser madres lo que nos hace felices no tiene que ver con nuestra independencia, con una vida despojada de compromisos, con la necesidad de improvisar y vivir el día a día a plena adrenalina. Para nosotras, madres felices, (y no por eso menos cansadas) la felicidad está en las pequeñas cosas, en disfrutar de jugar con nuestros hijos, en verlos montar en bici por primera vez, en que te digan “mami”, o que los veamos como un reflejo nuestro.

Tener un hijo significa renunciar a infinidad de cosas, luchamos mucho por no renunciar a todas, y eso es saludable, valioso y esperable, pero sí debemos renunciar a mucho. Al principio a más y ya luego con el pasar del tiempo podremos ir recuperando algunos espacios o algunas renuncias pero ya nunca volveremos a pensar sólo en nosotras mismas. Cada decisión de nuestras vidas estará ligada a la vida de otra u otras personas.  Pero lo que debemos preguntarnos para saber si estamos preparadas para ser madres es a qué estamos dispuestas a renunciar y a qué no.

Por supuesto como padres, renunciamos a las típicas salidas de fin de semana (que se hacen muy esporádicas), a las largas tertulias de amigos y copas (ahora con menos copas,  muchas más interrupciones y no tan largas), a los viajes en pareja, a levantarse tarde los domingos, a dormir de corrido por la noche, a llegar de trabajar y tumbarse en el sofá porque no pasa nada si hoy no hago la cena.

Una de las grandes cuestiones por las que nos tocó atravesar a mi marido y a mí en el momento de pensar en hijos, tuvo que ver con el “dónde”. Nosotros no somos de Barcelona, hemos adoptado a esta ciudad como propia, cómo el lugar dónde queríamos estar. Pero la elección se hizo más complicada cuando pensamos en agrandar la familia. Privar a nuestros hijos del contacto continuo con sus abuelos, tíos y primos. Ambos de familias muy grandes, rodeados siempre de mucho afecto, debíamos tomar la decisión de volver a nuestra tierra para ofrecerles todo ese contacto o de escoger nuestro camino y ser felices dónde queríamos estar. Tras meditarlo mucho entendí un día que lo que no podía hacer era “cargar a mis hijos” con una decisión personal; que dónde nosotros nos sintiéramos felices es dónde debíamos vivir y que si por ellos renunciábamos a eso, siempre cargarían con un peso sobre sus espaldas por una decisión que debía ser de los padres. Así fue como nos decidimos por la opción complicada, la de criar hijos sin abuelos, sin tíos, sin manos que nos pudieran ayudar pero felices.

Lo que yo me estaba preguntando era a qué estaba dispuesta a renunciar. Nosotros hemos escogido renunciar a comodidades, a manos que ayudan, a una vida más fácil y más acompañada pero escogimos no renunciar al lugar que nos hacía felices y en el que creíamos que nuestros hijos serían felices.

Pero hay muchos otros casos, en los que la futura mamá debe renunciar a su vida tal como la ha creado. Figuras públicas que no suelen vivir “una vida hogareña”, que están acostumbradas a un círculo social en dónde los niños tienen poco que ver, que parte de su trabajo es su imagen (no sólo cómo lucen, sino dónde se las ve, con quién, si asisten o no a un evento). Estas personas deben renunciar a mucho más que “las personas de calle” si quieren criar a sus hijos y es entendible que no todas estén preparadas para hacerlo.    

Y no sólo las figuras públicas, hay muchas personas a las que les afecta renunciar a su yo individual  y que no están dispuestas a compartir sus vidas, de por vida, con otra persona que dependa tanto de ellas y que no pueda desarrollarse sola. Y eso no tiene que ser algo malo.

Que cada mujer pueda preguntarse si está o no dispuesta a renunciar a lo que deberá renunciar por ser madre, sería lo lógico. Que esa respuesta pueda ser respectada y valorada en cualquiera de sus versiones sería lo justo. Y que los hijos que están por llegar no tengan que vivir con la “carga sobre su espalda”  de una decisión mal tomada por una presión social sería lo ideal.

¿Por qué últimamente oímos hablar de madres que se arrepienten de su maternidad?¿por qué oímos hablar a madres que sienten que han perdido calidad de vida?

Creo que como sociedad deberíamos cambiar la reflexión. No debemos llegar al punto de que una mujer deba arrepentirse de ser madre, creo que debemos cambiar el criterio que incita a las mujeres a hacerlo. Estoy convencida de que si las mujeres fuéramos más libres en nuestra decisión frente a la maternidad no habría tantas madres arrepentidas.

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