La experiencia de mi primer parto comenzó con inseguridades y angustia por desconocimiento de lo que me estaba pasando. Yo no sabía en ese momento lo que era la fisura de bolsa y eso me complicó un poco al principio. Pero la verdad es que en cuanto lo descubrí supe que ese sería el gran día.
Mi primer parto parte II
Como os comentaba en mi anterior post, (El Día del parto) justo el día anterior a cumplir 40 semanas comenzaba mi primer parto. Desperté esa mañana mojada, al principio no lo supe pero luego averigüé que estaba rompiendo aguas de a poco. Justo después, desperté a mi marido 7:00 am y le dije “creo que hoy no irás a trabajar”. Me preguntó acerca de lo que me pasaba y le conté toda la situación. Aún no había sentido contracciones, pero cuando él se levantó, comencé a sentir algunas aunque sin mucho dolor aún. Lo conversamos y decidimos llamar a la matrona.
Yo llevé mi embarazo con mi ginécologa pero había hecho el curso de preparto con ella y por eso tenía su contacto directo y sabía que debía llamarla en cualquier momento para contarle que ya estábamos por comenzar. Le informé de la situación en la que estaba y me dijo, “si aún no tienes contracciones fuertes, quédate tranquila y volvemos a hablar en unas horas, ve preparándolo todo”.
Mientras mi marido preparaba un café me puse a planchar un pantalón. Más de uno me trató «de loca» cuando luego lo comenté pero yo había escogido un pantalón muy cómodo para ir a la clínica y la noche anterior lo había lavado, estaba aún un poco húmedo y como debía esperar a las contracciones fuertes me puse simplemente a planchar el pantalón para que terminara de secarse y estuviera listo (una anécdota más del momento).
Al cabo de unos pocos minutos comencé a sentir que las contracciones se hacían más fuertes. Eran las 7:50 am cuando la primera, sólo había pasado una media hora desde que había hablado con la matrona. Me fui para la habitación, empecé a probar varias posturas de las que había aprendido en el curso y le pedí a mi marido que comenzara a contar los intervalos de tiempo. 7:55, 8:00, 8:05. Desde la primera contracción fuerte a las 7:50, ya fueron regulares, y cada 5 minutos (algo que no suele suceder tan bruscamente)
Sabíamos que debíamos esperar al menos una hora en casa con contracciones periódicas y rítmicas, eso nos habían dicho una y otra vez. Le dije a mi marido que siguiéramos controlando hasta las 8:30, que si ese momento estábamos igual me iba a duchar y vestir y a las 9 saldríamos de casa para la clínica.
8:10, 8:15, 8:20… 8:30, siempre rítmicas, siempre cada 5 minutos. Así que entre contracción y contracción me fui a duchar y preparar para salir. La ducha rápida no fue tan rápida como pensaba ya que cada 5 minutos debía parar y sujetarme fuerte porque venía otra contracción. Mi marido a mi lado me cuidaba con la sensación de que no podía ayudarme mucho y yo le decía que no se preocupara. Logré terminar y salir de la ducha, me vestí, me sequé el cabello y me maquillé un poquito. También me han tratado “de loca” por esto último pero así soy yo, quería estar bien presentable y de casa no suelo salir sin un maquillaje muy básico, apenas una base, y algo de color pero no a cara lavada. Por otro lado, aún debíamos esperar a que se cumpliera más de una hora de contracciones rítmicas así que tampoco estaba mal ocuparme de hacer algo.
Llamamos a la matrona, le contamos como veníamos, se sorprendió bastante de la prontitud y me indicó que saliera para la clínica, ella estaba por hacer lo mismo.
Entre una cosa y la otra se hicieron las 9:20 am cuando salimos de casa. Habíamos decidido ir en taxi a la clínica así que paramos uno en la calle y el taxista con una cara de susto que no disimulaba con nada, me ayudo y nos preguntó dónde íbamos. En el momento en que nos subimos, una lluvia de diluvio invadió Barcelona un lunes de hora punta. Estábamos a escasos 15 minutos de la clínica y tardamos 30 en llegar. Yo seguía sintiendo las contracciones fuertes cada vez más seguidas pero definitivamente el que la estaba pasando peor era el taxista. No paraba de hablar de los nervios que tenía, hablaba de cómo llegar, de qué camino tomar, de que sacar el pañuelo blanco ya no servía y hasta que si hacía falta llamaba a la guardia urbana para que nos escoltara. Yo no gritaba ni nada, estaba aguantando como una princesa, pero él estaba histérico, supongo que lo que no quería era que pariera en su taxi, pero yo sólo deseaba que se callara un poco.
Al fin llegamos a la clínica, en cuanto me vieron como entraba me llevaron a la sala de dilatación para controlarme y a mi marido a hacer el ingreso. Eran las 9:50 cuando llegué. Llevaba tan sólo 2 horas de contracciones y la matrona que me vio me dijo “estás muy bien”. Es ese momento no supe qué significaba “estar muy bien”. Me dijo que mi matrona y mi ginecóloga estaban de camino y me preguntó si quería que me pusieran epidural. Respondí que sí y entonces dijo “a ver si llegamos” a lo que yo pensé ¿cómo “a ver si llegamos”? ¿qué significaba eso? Yo esperaba subir a una habitación, dilatar tranquilamente, estar un buen rato… eso es lo que me habían dicho que sucedía, que podía estar así unas cuantas horas.
Resultó que “estar muy bien” significaba que ¡estaba dilatada de 8 cm! Había llegado a la clínica tan sólo 2 horas desde la primera contracción y ya estaba dilatada casi completamente. Me pusieron la epidural, entró mi marido que ya había hablado con la familia y me llevaron rápidamente a la sala de parto. La matrona me dijo mientras tanto, “por poco lo tienes en el taxi, con el segundo deberás venir en seguida porque eres muy rápida” yo sólo pensaba en la cantidad de veces que me había dicho que debía esperar entre una hora y dos en casa antes de acudir a la clínica, y que… ¡menos mal que no había esperado más!
En cuanto entramos a la sala de parto con mi marido, él siempre a mi lado y dándome la mano, entró mi matrona y detrás la ginecóloga. Me revisaron, me dijeron “vamos a hacer un pujo para que baje un poquito” y así lo hicimos, sólo un pujo hizo falta para dejarla a punto de salir. La epidural ya había hecho efecto así que no sentía dolor por las contracciones. La gine se preparó, colocó y me dijo “a la de tres pujar con fuerza”.
Dos pujos hicieron falta para sacar su cabecita solamente y un último pujo para que terminara de salir. Ese sí que fue doloroso, con gritos y mucha fuerza. Mi marido me sujetaba las manos y me ayudaba a respirar. Increíble lo rápido que fue. Las 11:10 am y yo ya tenía a mi pequeña en mis brazos y mi pecho.
La gine tuvo que cortarme un poquito pero sólo fue un punto que me cocieron mientras pesaban y medían a mi pequeña. Mi marido junto a ella emocionadísimo me contaba lo que hacían. No lo podíamos creer, había llegado a nuestras vidas y muy decidida ella. Llegó cuando tocaba y sin pedir permiso. Irrumpió en nuestras vidas con decisión y mucha fortaleza.
Más allá de contar mi experiencia personal, deciros una vez más que cada parto es diferente. Es cierto que hay que esperar un buen rato en casa y que las contracciones pueden cesar tras 1 hora de ser rítmicas, pero también es cierto que todo puede suceder rápidamente. Confía en ti y en tu instinto. Si vas a la clínica y te devuelven a casa tampoco pasará nada. Si te sientes más segura anímate a “ser pesada”, lo importante eres tú y que no te hagan sentir que no hay lugar para tus dudas, después de todo, es tu momento.