Confundir comer sano y variado con hacer una dieta hipocalórica es más común de lo que pensamos y esa confusión en el embarazo no da buenos resultados.
La alimentación durante el embarazo
Hace unos días escribí sobre las restricciones en el embarazo, cómo lo llevamos y qué podemos hacer para no “sufrir” por esos prohibidos. Al hablar de este tema recordé una situación vivida durante mis embarazos y mis posteriores charlas con especialistas en nutrición.
La dieta de la embarazada:
Tanto en el primer embarazo como en el segundo me he topado con una dieta que se incluía en la carpeta de embarazo que me dejó sorprendida. Es cierto que no hay que comer por dos, es cierto que hay que cuidar las formas de cocción y la elección de las comidas, es cierto que no debemos ingerir ciertos alimentos, pero creo que una de las bases más importantes para no sentir que estamos haciendo una dieta restrictiva y que no aguantaremos así nueve meses es que no nos manden a comer como si estuviéramos enfermas o debiéramos bajar de peso abruptamente (algo que no es aconsejable ni para bajar de peso) No sé quién había elaborado esa dieta pero estoy segura que no fue realizada a conciencia.
Por experiencia y tras haber consultado con expertos, lo ideal para la dieta de una embarazada es que no aumente ni disminuya su ingesta calórica habitual (siempre y cuando tenga hábitos sanos y no necesite algún control de peso más estricto); que coma variado, sano y casero; que incluya en su dieta muchas verduras, legumbres y frutas, y en menor medida carnes y cereales; que evite los fritos y los alimentos procesados; y que tenga en cuenta los alimentos que no puede ingerir. En definitiva hablamos de la misma recomendación que tendremos para llevar una vida saludable sólo que con algunos prohibidos más.
No comer fritos no significa no disfrutar del sabor, por ejemplo el “pollo hervido” (como indicaba la dieta que me dieron). El pollo al horno o a la plancha es mucho más sabroso y no te da esa sensación de comida de hospital. Lo que logramos con una dieta muy restrictiva es que luego nos dejemos llevar por “un antojo” y ataquemos una panadería. Cuando sentimos la comida sabrosa, bien elaborada y no nos quedamos con hambre es mucho más fácil que los hábitos de comida sana sean duraderos y no los vivamos con pesar.
A menos que tengas algún problema o se detecte durante el embazo alguna patología (por ejemplo diabetes gestacional) no deberías seguir una dieta rigurosa, sólo comer saludable y tener buenos hábitos (tal como deberías hacer si no estás embarazada). Puede que tengas la necesidad de comer un poquito más, (por ejemplo hacer colaciones entre comidas o agregar algo más a la cena si estabas acostumbrada a una cena muy liviana), pero si lo haces respetando las indicaciones de una alimentación saludable, no será un problema y saciarás mejor tu apetito (por ejemplo fruta en las colaciones o para la cena incorporar legumbres a las ensaladas para que resulten más contundentes).
Comer saludable no significa no darse gustitos:
Resulta evidente que ciertos platos que estamos acostumbrados a comer fuera de casa cuando hacemos alguna salida pueden no ser los platos más saludables pero tampoco debemos cancelarlos por completo. Si generamos buenos hábitos, comer unas patatas bravas o unos chipirones fritos de vez en cuando no afectará nuestra alimentación. Es más si no hacemos ninguna concesión, ni siquiera en torno a nuestra vida social, lo más probable es que acabemos por abandonar la buena alimentación porque nos sentimos aislados y cansados de ser rígidos con la dieta. También estando embarazada y cuidando la alimentación podemos hacer esas concesiones de vez en cuando. Un helado, unas tapas, un dulce, es importante que podamos disfrutar de ellos para extender en el tiempo la vida saludable.
La obsesión por las cantidades:
Otra característica de las dietas rigurosas (y de la que me dieron en el embarazo) es la obsesión por contar, medir o pesar lo que comes (“50 g de pan integral”). La idea es no pasarse y desayunar con bollos industriales pero no siempre nos despertaremos con el mismo hambre ni llegaremos a la mesa con la mismas necesidades. Quizás un día te apetezca comer una tostada y al día siguiente dos. Tener todo medido en gramos y porciones y saber que “no es correcto” moverte de ese margen no te hará ningún bien. Estos detalles son los que ocasionan que te canses y abandones los buenos hábitos.
La comida casera siempre es mejor:
Cuando cocinamos en casa somos consientes de cómo lo hacemos, lo que le ponemos y lo que no y cómo son las preparaciones. Esto nos permite controlar más y por lo tanto comer mejor. En el otro extremo la comida procesada e industrial, con altos contenidos de grasas, potenciadores de sabor, aceites no saludables, azúcar, etc. Comiendo estos alimentos perdemos completamente la noción de lo que ingerimos y aunque la porción sea pequeña estaremos incorporando pocos nutrientes y muchos aditivos no saludables. En medio nos queda la comida realizada en restaurantes y bares. Aquí tenemos un amplio espectro con el que nos podemos acercar más a la comida casera o la procesada e industrial. Lo ideal es que conozcamos el sitio a dónde vamos, que sepamos que es más bien casera y que aprendamos a escoger de la carta lo que es mejor y más saludable (más aún si comemos habitualmente fuera de casa).
Un último consejo:
Si no eras de comer sano y saludable antes del embarazo, es una excelente oportunidad para implementar estos hábitos en casa para siempre que serán una de las mejores enseñanzas que podrás dejarle a tus hijos.