“Déjalo llorar”, “no lo cargues tanto en brazos que lo estás malcriando”, “tu bebé te está tomando el tiempo”… son algunas de las conocidas frases que toda madre ha escuchado en algún momento, incluso desde los primeros días de vida de su bebé. Para una madre primeriza, el consolar a su bebé cuando llora e intentar calmarlo (alimentándolo, acunándolo, etc.) suele ser una respuesta casi inmediata. Pero al cabo de un tiempo, o ante algún comentario de familiares o amigos, puede aparecer la duda: “¿lo estaré malcriando por cargarlo en brazos ni bien comienza a llorar?”, “¿debería aprender a calmarse solo?”, “¿mi bebé lo hace porque sabe que responderé?”, “¿por qué con otras personas no llora igual?”
Como con tantas otras cuestiones referidas a la maternidad y la crianza, el cuándo y cómo atender (o no) al llanto del bebé suele ser tema de conversaciones, comparaciones, consejos y juicios de valor que las personas emitimos y recibimos a diario. En todos estos comentarios, los estilos de crianza (autoritario, permisivo, democrático), los modos de relación entre padres e hijos y los sistemas de creencias se ponen en juego, generando en muchas ocasiones un estado de confusión en los nuevos padres, que comienzan a dudar de lo que ellos harían, de su propia intuición, de su capacidad de aprender a ser padres.
En lo referido a dejarlo o no dejarlo llorar, estas conocidas frases citadas al principio parecen olvidar una cuestión fundamental a la hora de preguntarnos qué significa este llanto, qué está queriendo comunicar el bebé a través de él, y cuáles son sus necesidades: la edad del bebé, su tiempo de vida transcurrido, su nivel de desarrollo evolutivo, son cruciales. De este modo, el supuesto de que “si la madre coge en brazos al bebé inmediatamente cuando éste llora, lo estará malcriando”, no aplica del mismo modo si hablamos de un recién nacido, que si nos referimos a un bebé de un año, o un año y medio.
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El llanto del recién nacido y los primeros meses
Al nacer, el principal y único medio de comunicación del recién nacido (antes de las gesticulaciones y vocalizaciones) es el llanto. Dentro del vientre de su mamá las necesidades del bebé están totalmente cubiertas de inmediato, pero al nacer, el bebé comienza a SENTIR esas necesidades. El llanto aparece entre el momento en que el bebé siente corporalmente una necesidad y el momento en que dicha necesidad es saciada por el adulto que lo cuida. De esta manera, el bebé intentará expresar no solamente que tiene hambre, está sucio o siente algún malestar físico, sino también que se siente solo y necesita de los brazos y el calor de mamá o papá. Y en un bebé de apenas unos meses de vida, estas necesidades deben ser escuchadas momento a momento, no pueden esperar. Por eso es importante insistir: los bebés recién nacidos no se malcrían por estar en brazos, sino que este contacto corporal es una necesidad de su ser, que debe ser atendida tanto como la alimentación y la higiene. El bebé de unos pocos meses no tiene la capacidad para aprender a calmarse solo, y no aprenderá nada si lo dejamos llorar sin atenderlo (o peor aún, aprenderá que los adultos que lo cuidan no son confiables, lo que le generará gran inseguridad y ansiedad). Así que durante el primer tiempo de vida, pese a lo que muchas personas creen, más es mejor. La seguridad al inicio de la vida es la base para la posterior autonomía: cuanto más acudas ahora, menos dependiente crecerá luego.
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Al crecer…
Poco a poco, los primeros límites (que no son otra cosa que hábitos y rutinas -qué se puede y qué no, en qué momentos y horarios-) se irán instalando en la vida de tu bebé: desde el reemplazo del pecho a demanda por el pecho a determinadas horas (cada tres o cuatro), la incorporación de las primeras comidas, los primeros intentos de un sueño prolongado durante la noche, el paso a su propia habitación, etc. Es esperable que a medida que el bebé logre una mayor autonomía en sus movimientos y desplazamientos y un mayor interés por los objetos y las demás personas que lo rodean, la madre intente estimularlo a la vez que hacer ella misma otras actividades y quehaceres, al dejarlo por períodos cortos en su sillita, cochecito o manta en el piso. No será mucho el tiempo que permanezca interesado en algún juego o actividad lejos de los brazos de su mamá (sólo algunos minutos), pero lentamente podrá tolerar mayor tiempo de espera entre su demanda (a modo de queja o llanto) y la respuesta del adulto que lo cuida. Llegará el momento en que al acudir a su llamado, antes de llegar a cogerlo en brazos encuentres que se ha distraído con algún otro juguete u objeto: en ese momento verás cómo ha podido calmarse solo, y podrás dejarlo un poco más de tiempo, hasta que vuelva a pedir tus brazos.
Al rondar el año de vida, y con el avance en su autonomía y movimientos, el llanto comienza a ser además la forma de comunicar desagrado y oposición a las normas y a los “no” del adulto: así aparecen las primeras rabietas, y tu bebé llorará ahora no sólo porque necesita ser contenido y atendido, sino también porque se siente frustrado, ya que está aprendiendo que no siempre obtendrá lo que desee. En estas situaciones, será necesario dejar que exprese su frustración pero sin que esto implique cumplir con su demanda.
Como verás, no todos los llantos significan lo mismo: un recién nacido que llora porque se siente solo necesitará que lo cojan en brazos para calmarse; mientras que un pequeño deambulador que quiere coger unas tijeras o acercarse a un lugar peligroso, deberá aprender a tolerar el límite de los adultos, aún cuando manifieste su frustración llorando.
Cuando los pequeños lloran, los padres lo pasamos mal, sin embargo, es parte de su crecimiento. Por lo que, no podemos ignorarles, o enfadarnos con él. Hay que enseñarles a la vez que crecen a como gestionar sus sentimientos y dejar que se desahoguen cuando lo necesiten. Muchas gracias por este contenido tan interesante.
Muchas gracias por tu aporte! Mucha razón tienes con lo que dices!!